jueves, 29 de mayo de 2003

Me he desentendido de la tagarnina. La arrojé al abismo con la creencia -mientras la veía volar- que cuando impactase contra el océano este ardería en un crepúsculo que devoraría mis deseos. Pero la mar la devoró sin devolverme siquiera el chisporroteo agónico de la pava seca.

Arrumbé hacia la casa con la mirada -a manera de timón- fija en aquella figura que permanecía a pie firme junto al umbral, sin inmutarse, como si supiera que no podría obrar de otra manera que llegarme hasta ella, saludarla en silencio inclinando la cabeza, llevándome la mano a la visera de mi gorra para interponerla entre nosotros, porque soy vanidoso en mi soledad marinera y no quería que ella se fijara en la señal sangrante de mi ridículo desastre, ni yo reparar en un rostro que ansiaba no dejara de ser sombra velada por el contraluz para evitar la tentación de echar el ancla.

Me senté a la mesa en silencio, y, callado, comí el plato de potaje de vigilia, con sus saladas tajadas de bacalao que ella me sirviera sin abrir la boca antes de retirarse a su alcoba para que yo pudiera desnudarme sin miedo y pudiera poner a secar en el hogar mis ropajes de náufrago sobre un fuego de gruesos troncos resinosos que crepitaban unas llamas bermejas que crepitaban rumorosas. Porque ellas estaban desde siempre en aquella casa donde nunca entró varón y en esta ocasión, contra su costumbre, la mujer había cerrado la puerta de su cuarto negándolas el deleite de la voluptuosidad de sus carnes antes de acostarse.

Cerré la puerta en silencio. No quise despertarla con mi partida furtiva. La noche era océana y me perdí en el negro horizonte del olvido, iluminado por la sonrisa de orate que se adueña de todo marinero cuando su espíritu se enajena ante el deseo irrefrenable de hacerse a la mar.

Todo esto acaeció pero al suceder en tierra firme no lo reflejé en mi diario de a bordo, sino en la memoria, que es más indeleble y más frágil que el papel.

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viernes, 23 de mayo de 2003

Aprendizaje

Mmm... vaya locura, embarcarse sin conocer los instrumentos. Voy dando bandazos. He reescrito esta nota no sé cuantas veces y de cuantas formas distintas, pero no lo tengo nada claro que el asunto funcione. Soy un desastre. Lógico es que uno acabe por convercerse que el fin de su singladura no pueda ser otro que el naufragio. Sobretodo una tripulación animosa que no falte.

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miércoles, 21 de mayo de 2003

En McSevilla

Varado en puerto, anegado de cerveza que me sale por los imbornales, mientras una delicia de luna deja a la hora de la siesta su marca bermeja en mi cuello, doy comienzo a esta jornada. Navego sin cartas esféricas ni de marear. Mmm... da igual. Me guiaré por las dos lunas de mi amada.

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